Historia de Navarra en Mapas




Presentación
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Esta presentación de mapas históricos de Navarra está extraída de una de las obras que mejor resumen el esfuerzo de síntesis de la historia de Navarra expuesta a través de mapas temáticos y gráficos: El ATLAS DE NAVARRA publicado por la Caja de Ahorros de Navarra en 1977, elaborado por los especialistas en la materia más significativos del momento bajo la dirección del ilustre Alfredo Floristán Samanes Catedrático de Geografía de la Universidad de Navarra.
En el ATLAS se compendian todos los temas expuestos de modo gráfico y cartográfico. Los mapas se reproducen con exactitud según escala, de tal manera que una vez impresos se mantiene la misma.
En el presente extracto se resume en Mapas temáticos la prehistoria de Navarra y su historia en los periodos: Edad Antigua; Edad Media; Edad Moderna, y Edad Contemporánea hasta el siglo XIX.
Los comentarios de los mapas temáticos históricos están traducidos al Euskara por varios especialistas navarros del momento bajo la supervisión de Soledad Erviti Arbilla, inspectora de Ikastolas de la Diputación Foral de Navarra en el momento de la publicación del citado ATLAS. Traducción que me he limitado a transcribir literalmente en forma impresa.


Prehistoria de Navarra
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El Paleomesolítico
En el Estadio actual de la investigación se conoce muy poco sobre el poblamiento del Paleolítico en Navarra. Faltan en absoluto los restos óseos humanos y son desiguales y relativamente escasos los yacimientos y materiales estudiados.
Al Paleolítico Inferior solo pueden atribuirse unas cuarcitas talladas del río Ega recogidas en Zúñiga un bifaz achelense de Estella y otro del río Iratí (Lumbier) y los elementos iniciales de varios yacimientos de la Sierra de Urbasa.
Corresponden al Paleolítico Medio, facies “musteriense de tradición achelense”, lo abundantes materiales de Coscobilo (Olazagutía) y de los mencionados yacimientos de Urbasa.
Al Paleolítico Superior se asignan siete cuevas: Alberdi (Urdax) Atabo (Alsasua), Berrobería ((Urdax), Coscobilo (Olazagutía), Echauri cueva sin precisar), Lexotoa y Sorgiñen-Lezea (Zurragamurdi). Se han hallado materiales del Auriñacense y del Solutrense en Coscobilo, del Magdaleniense en Echauri y Berroberría, y del Aziliense en Berroberría y también en Atabo. Cabe registrar la presencia del arte parietal (grabados) en Alberdi y de arte mueble en los niveles de Berroberría. Hay por último, vestigios del Mesolítico en una cueva recién excavada a orillas del río Zatoya (Abaurrea Alta).
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Prehistoria de Navarra
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Neolítico y Edad del Bronce
Tampoco abundan las noticias sobre el Neolítico y las primeras etapas de conocimiento y práctica de la agricultura y la domesticación de animales. Solamente en la cueva del río Zatoya (Abaurrea Alta) se ha detectado un elemento propio del complejo mundo neolítico, la cerámica, pero el resto de la cultura material allí alumbrada es de un estadio anterior de grupos de cazadores.
Mucho más rica en hallazgos es, en cambio, la Edad del Bronce, lo que en principio sugiere un considerable desarrollo demográfico. Para esta fase cabe distinguir dos grandes áreas la Dolménica y la de los Talleres de Silex al aire libre, cuyos contornos cronológicos no están claros. Tampoco pueden definirse tajantemente la primera en relación con una economía pastoril y la segunda con vida agrícola, aunque en muchos casos estas connotaciones pueden ser válidas.
En uno y otro ámbito parecen introducirse indiscriminadamente las cuevas (con 16 yacimientos conocidos) como lugares de enterramiento y habitación. Los dólmenes de los que hay detectados en Navarra más de 250, pudieron emplearse desde el Eneolítico o el Bronce I (los de Artajona) hasta el final de la Edad del Bronce e incluso en tiempos posteriores. Las estaciones de silex, hasta unas 35, tienen también al parecer una larga cronología, desde finales del Neolítico hasta entrada la Edad del Hierro, pero la mayoría se inscribe en el Bronce.
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Prehistoria de Navarra
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Edad del Hierro
Pueden individualizarse en la Edad del Hierro sobre el suelo navarro hasta 37 yacimientos, diez de elles excavados y el resto identificados por el estudio conjunto de los materiales de superficie y su emplazamiento, generalmente en cerros de poca altura, con buena panorámica y junto a un manantial.
El análisis de los materiales controlados permite distinguir dos etapas: Hierro I, de “tradición celta”, datable con reservas desde el siglo IX a. de C., correspondientes a una cultura de gentes inmigradas que se superpone a una capa de población indígena y cuyo elemento característico es la cerámica a mano con la superficie exterior pulida o sin pulir, conociéndose además dos necrópolis de incineración (“campos de urnas”); Hierro II, “celtibérica”, datable desde los siglos IV y III a. de C., y resultado de la aceptación por gentes de tradición céltica de una nueva aportación cultural –y cabe suponer que étnicamente también- de cuño ibérico, y cuyo elemento más abundante y diferenciador es igualmente la cerámica, en esta etapa, fabricada a torno.
La distribución de los asentamientos sugieren las vías de penetración de unas influencias que contribuyeron a configurar los grupos humanos sobre los cuales iban a operar las ondas de la romanidad.
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Edad Antigua en Navarra
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Edad Antigua en Navarra
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La romanización. Vasconia en la época romana
La zona meridional de la actual Navarra (ager) fue escenario de la política y las acciones militares romanas desde las guerras celtibéricas, como acreditan las fuentes literarias.
La romanización avanzó sin duda durante el siglo I a. de C., y había alcanzado Pamplona antes de las guerras cántabras. La paz de Augusto y el trazado de calzadas en la primera época imperial intensificaron el proceso, como denotan la generalización de las inscripciones latinas y la sustitución de las leyendas monetarias ibéricas por las romanas (Cascante y Calahorra).
La pervivencia del vascuence demuestra, sin embargo, la perduración en la zona septentrional (saltus) de grupos menos permeables a la penetración cultural romana, aunque en las cuevas de Pamplona y Aoiz-Lumbier y la llamada Navarra Media pudieron producirse notables reajustes en las condiciones de vida y la organización de las masas de población rural, como quizá corroboraría el análisis atento de la toponimia.
En los núcleos urbanos, más numerosos al Sur, debió de darse el bilingüismo, como podría demostrar el caudal de voces transferidas directamente del latín al vascuence. Los centros excavados (Pamplona, Cascante, Santacara) coinciden con civitates mencionadas en los textos y bajo ellas se han descubierto estratos anteriores a la presencia romana, lo que invita a pensar en un continuidad del “hábitat” indígena junto con un reforzamiento progresivo de las influencias de Roma, comprobado por el estudio de los restos cerámicos y la decoración y estructura de las viviendas.
Hay testimonios escritos seguros del recorrido y las “mansiones” en tierras vascónicas de dos importantes calzadas: la que a través del “Summo Pirineo” y con escala en Pompaelo unía Hispania con Aquitania, y la que seguía de cerca el curso del Ebro entre Zaragoza y Briviesca. El “anónimo de Rabean” informa con menor precisión sobre el camino que enlazaba directamente Pompaelo con Cesaraugusta, y únicamente ciertos “miliarios” y otros abundantes vestigios arqueológicos acreditan la existencia de diversas rutas interiores que debían comunicar aquellas grandes vías con los centros de población y de producción más notables del país.
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Edad Media en Navarra
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Vascones y visigodos
Las excavaciones han puesto en evidencia también para Navarra el retroceso de la vida urbana y los avances del poblamiento rural en los últimos siglos del Imperio Romano. Es posible que dentro de este mismo proceso se fuera completando la trabazón interna del amplio sector campesino que había conservado la lengua vascónica, y que se diera una cierta compenetración entre los grupos predominantemente ganaderos de los valles más altos y los núcleos agrícolas de las vecinas cuencas.
De esta suerte y teniendo además en cuenta estímulos superiores que la penuria de la información impide valorar, se produciría el incipiente despertar político que iba a permitir a los vascones manifestar vigorosamente su personalidad ante la agonía del orden romano y frente a las oleadas de guerreros germanos.
Cabe enmarcar igualmente en tal contexto el hipotético ascenso demográfico que explicaría las correrías y depredaciones vascónicas de los siglos V al VII y, en suma, la “vasconización” de una notable porción de la antigua Novempopulania (la nueva “Vasconia”, Gascuña) y quizá de los dominios de los primitivos Várdulos, Caristios y Autrigones. La presión militar franca y, sobre todo, hispano-visigoda no alcanzó a implantar permanentemente un nuevo orden político en los baluartes del Pirineo Occidental.
Las reiteradas campañas de los monarcas toledanos, desde Leovigildo hasta el propio Rodrigo, contribuirían a consolidar y ampliar la romanizad en las tierras próximas al curso del Ebro, pero sólo lograron bloquear y neutralizar precariamente a las gentes del “Saltus Vasconum” desde algunos puntos avanzados de vigilancia (“Victoriaco, Olite, Pamplona). A partir de los centros de irradiación que debían de constituir la sede episcopal de Calahorra y –con seguridad desde finales del siglo VI- la de Pamplona, el cristianismo iría penetrando laboriosamente entre aquellas poblaciones a la que los hombres cultos de la época consideran “bárbaras”, sin duda por la singularidad de su idioma y sus reminiscencias paganas.
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Edad Media en Navarra
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Ocupación musulmana y expediciones francas (años 711-851)
Sin solución de continuidad con la época anterior, prosigue en los siglos VIII y IX el acoso exterior de los reductos vascónicos. Los musulmanes asumen en este aspecto la herencia hispano-goda y los monarcas franco-carolingios rememoran de algún modo las acciones de sus antecesores merovingios. En su rápida cabalgada por las riberas del Ebro (714), Muza desvió posiblemente algunos destacamentos hasta los bordes del área vascónica para instar a la sumisión. En todo caso, la guarnición hispano-goda de Pamplona fue relevada muy pronto por contingentes árabes que facilitarían el tránsito de la expedición del valí Abd al-Rahman al-Gafiqi contra Aquitania (732). Y, en definitiva, harían reconocer la soberanía del Islam a los montañeses de la periferia dejando a salvo su organización interna. La actitud, sin duda reticente, de los vascones ante el ejército franco que marchaba hacia Zaragoza (778), se volvió abiertamente hostil cuando, frustrados sus proyectos, tuvo Carlomagno que atravesar nuevamente Pamplona y el “Summo Pirineo”, donde una coalición indígena sorprendió su retaguardia en la emboscada que, asociada al nombre de Roncesvalles, iba a alcanzar resonancias incomparables en la tradición literaria de Europa occidental. Como en ocasiones anteriores algunos grupos aprovecharon el aparente derrumbamiento de la soberanía musulmana en el país para alzarse contra ésta, y el propio amir de Córdoba acudió a pasar revista y someter de nuevo a los rebeldes (781).  Sin embargo, uno o dos años antes de acabar el siglo VIII era exterminada la guarnición árabe de Pamplona y cristalizaba así un núcleo independiente que no lograrían sofocar ya las sucesivas campañas musulmanas como las lanzadas por el gobernador Amrús (803) y el amir Abd al-Rahman II hasta la recóndita guarida de los “pamploneses en la “Peña de Qays” (Sajrat Qays). Tampoco aceptarían estos vascones la soberanía franca y, aunque Pamplona (oppidum Navarrorum) llegó a ser ocupada militarmente por Ludovico Pío (812), poco después fracasaba el último intento de captación del Pirineo occidental por el régimen carolingio (“Segunda batalla de Roncesvalles”, año 824).
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Edad Media en Navarra
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Orígenes del Reino de Pamplona (Siglo IX)
Los textos árabes alusivos a la expedición de Abd al-Rahman I por el Pirineo occidental (781) documentan la presencia en esta zona de dos caudillos indígenas tributarios entonces del Islam: un tal Jimeno un Ibn Balascot, señor de los Sirtaniyyun. En aquel cabe contemplar al antepasado común de las estirpes Íñiga y Jimena.
La primera aparece instalada sólidamente en la periferia de Pamplona desde los inicios del siglo IX y, salvo el paréntesis (812-816) de la fugaz dominación franca encarnada por Velasco al-Galsqi –otro magnate local rival suyo- los Iñigo van a regir durante un centuria a los Pampilonenses con su tenaz oposición a la soberanía musulmana. Con el tiempo presidirán o coordinarán a los núcleos autónomos vecinos, asumirán probablemente un título eminente (el de rex) y establecerán relaciones políticas y acaso familiares con los monarcas asturianos.
Coetáneamente los Jimenos se mueven, al parecer, entre las comarcas de Lumbier, Aíbar y Sangüesa, portillo expuesto a los ataques musulmanes procedentes de Huesca y Tudela; su condición de jefes de la frontera, siempre en tensión y alerta continua, pudo contribuir a incrementar poco a poco el prestigio de esta modesta dinastía local hasta el encumbramiento de uno de sus vástagos, Sancho Garcés, alzado rey de Pamplona (905).
Al Ibn Belascort de las fuentes árabes se le pueden identificar con el Galindo Belascotenes de las cristianas, padre de García Galíndez el Malo; de este último sabemos que, unido en un principio al hija de Aznar Galindo –el francófilo primer conde de Aragón-, la repudió luego y usurpó el condado de su suegro, a quien Ludovico Pío entregó el de Urgel-Cerdaña en premio de su fidelidad.
García el Malo habría rechazado así el señuelo franco, en declive desde el año 816, inclinándose oportunamente a favor de la política representada por los Iñigos, reacios a toda soberanía extraña; sus dominios patrimoniales pueden situarse a mitad de camino entre Pamplona y el primitivo Aragón, y sus gentes serían los Sirtniyyun, tal vez una reliquia occidental del amplio conglomerado de tribus pirenaicas que en la antigüedad prerromana debieron de ser los Cerretani, de lengua afín a la protovascónica, como muestran al parecer determinados rastros toponímicos.
A García el Malo al-Sirtani pudieron suceder sus hijos: Galindo Garcés en el condado de Aragón, y Velasco Garcés al frente de los Sirtaniyyun, a quines efectivamente conduce en las luchas contra los musulmanes.
La claudicación final de este Velasco Garcés ante Abd al Rahman II (843-844) determinaría el desprestigio de su estirpe de señores de la guerra, la pérdida del condado de Aragón (recobrado por Galindo Aznar, hijo del primer titular) y la difuminación del rudimentario núcleo atómico de los Sirtaniyyun (pastores guerreros de los valles nororientales de Navarra?) en provecho de los Jimenos o, de momento, los Iñigos. Durante la primera mitad del siglo IX la resistencia vascónica a los francos y los sarracenos se vio favorecida por lo vínculos políticos y de parentesco que los Iñigos establecieron con la estirpe –probablemente de origen vascón- de magnates descendientes del godo Casius, convertido a la fe de Mahoma en los primeros tiempos de la conquista árabe; estos Banu Qasi, sometidos teóricamente a las autoridades cordobesas, pero abocados siempre a la insumisión señorearon hasta comienzos del siglo X las riberas del Ebro e incluso los bordes de la Navarra Media, constituyendo así un especie de pantalla que aislaba  y, por tanto, defendía a los pamploneses frente a los mandatarios del Islam en la llamada frontera superior.
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Edad Media en Navarra
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Campañas musulmanas (851-1002)
Los ejércitos del Islam siguieron asaltando durante siglo y medio las tierras de Pamplona, centro neurálgico de la naciente monarquía, contra la cual habían acabado volviéndose con gran rigor los Banu Qasi de las últimas décadas del IX.
A la incursión normanda (859) y la captura y el consiguiente rescate del caudillo García Iñiguez debe atribuirse un carácter meramente episódico. El dinamismo y la capacidad de maniobra de Sancho Garcés I y sus baskunis frustraron los principales objetivos de las grandes campañas de Abd al-Rahman III; la primera sorprendió a un contingente cristiano en Muez-Valdejuquera (920), pero quedó agostada con esta pírrica victoria; la segunda recorrió a marchas forzadas los dominios pamploneses hasta la recóndita “Sajrat Qays”, más no logró atraer a la lucha en campo abierto al escurridizo monarca pirenaico, quien, amparado por la geografía, pudo vigilar y amenazar día a día a los invasores en todo su largo itinerario.
Ni la aparente debilidad que dieron muestras con fino sentido político García Sancho Garcés I y Sancho Garcés II que abarca la etapa de mayor esplendor califal, ni finalmente, las correrías de Almanzor por el país, llegaron a quebrantar de forma grave la integridad del reino que, con la descomposición del califato cordobés y la cesación definitiva de los ataques sarracenos, iba a hallar grandes oportunidades de desarrollo.
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Expansión del Reino de Pamplona hasta Sancho el Mayor
 (905-1035)
En los inicios del siglo X coagula de modo definitivo y se desarrolla espectacularmente el reino de Pamplona gracias a las dotes personales en el dinamismo de un retoño de la estirpe Jimena que, por un excepcional conjunción de factores, releva a los Iñigo en la jefatura de los vascones del Pirineo occidental, Sancho Garcés I (905-925) señoreo las tierras de Pamplona y de Degio, extendió su hegemonía al condado de Aragón, esquivó los zarpazos del futuro califa Abd al-Rahman III, condujo a sus guerreros a través del Ebro hasta la Alta Rioja, el “reino de Nájera”, receptáculo de gentes y tradiciones que contribuyeron sin duda a comunicar a la monarquía pamplonesa unos ideales y unos alientos netamente cristianos.
Quizá no puede comprenderse este fabuloso despliegue si no se piensa en una cierta plenitud demográfica de los reductos pirenaicos y en la madurez de una sociedad que, reaccionando positivamente a unos estímulos reiterados siglo tras siglo, había desarrollado unas bases espirituales, una contextura interna y unos mecanismos aptos para el gobierno de ámbitos cada vez más amplios.
La reacción cordobesa apenas rozó en la segunda mitad del siglo X las nuevas fronteras de los reyes de Pamplona, y éstos mantuvieron y refrescaron sus conexiones con los núcleos cristianos vecinos en un política matrimonial que ayuda a explicar el brillo y el sorprendente ensanchamiento de la monarquía en el primer tercio del siglo XI. Sancho el Mayor (1004-1035) que no desatendió sus fronteras con el Islam y supo imponer respeto al régulo musulmán de Zaragoza, fue respondiendo eficazmente a los compromisos que su dinastía y él mismo habían contraído.
La tutela de los derechos que podían corresponder a su mujer doña Mayor, le condujo al condado de Ribagorza para restaurar el orden e implantar su soberanía, y le movió luego a ocupar el vacío de autoridad que en Castilla había dejado el asesinato del joven conde García. Razones de índole familiar abonaron igualmente sus frustradas pretensiones a la sucesión del ducado de Gascuña y le animaron, al parecer, a coadyuvar a la pacificación del reino leones en la minoridad de Bermudo III.
Esta trayectoria política, tan consecuente, reportó mayor prestigio y sustanciosas ganancias territoriales a la boyante monarquía pirenaica que consolidó su protectorado en la enigmática Vasconia de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya, anudó por otra parte amistosas relaciones con el condado barcelonés y fue preparando la plena integración de la Hispania cristiana en el concierto europeo occidental.

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Edad Media en Navarra
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La sucesión de Sancho el Mayor
(1035-1076)
El conglomerado político  ensamblado por Sancho el Mayor experimentó en la generación siguiente reajustes de gran trascendencia para los destinos de la Hispania cristiana. García el de Nájera, primogénito legítimo y sucesor de su padre en el reino de Pamplona-Nájera, no llegó a hacer efectivos sus hipotéticos derechos de soberanía sobre los territorios encomendados al gobierno de sus hermanos, Ramiro (Aragón y, pronto, Sobrarbe y Ribagorza) y Fernando (Castilla); este último ocupó además el trono de León, por su matrimonio con la heredera Sancha, pasando así a regir la formación política más considerable de la Península.
Si bien García el de Nájera arrebató Calahorra a los musulmanes y Sancho el de Peñalen obligó a prestar “parias” al rey taifa de Zaragoza, ni uno ni otro monarca pudieron evitar el retroceso de sus dominios en los confines de Castilla.
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Edad Media en Navarra
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“Tenencias” y castillos medievales
La “tenencia” navarra altomedieval reúne el doble carácter de embrionario y pequeño distrito administrativo, presidido por una fortaleza, y de “honor” o beneficio que el monarca encomienda pasajeramente a los “barones” o “seniores”, sus colaboradores en la defensa y el gobierno del país.
La mayor densidad de “tenencias” se sitúa en los accesos de la cuenca de Pamplona, en los sucesivos frentes contra el Islam y después (siglo XII) en los límites con los reinos vecinos. Bastantes “tenencias” siguieron desempeñando su función de puntos fortificados, regidos por miembros de la aristocracia militar y de linaje o bien por oficiales del soberano, durante los siglos XI al XIII; en ese tiempo proliferaron además otros castillos alzados por razones defensivas junto a las fronteras con Aragón y Castilla, especialmente en la Ribera Tudelana, el saliente de Laguardia y la conflictiva raya guipuzcoana.
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Edad Media en Navarra
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La unión con Aragón y la reconquista del valle del Ebro
(1076-1134)
Durante dos cruciales generaciones, navarros y aragoneses participan codo con codo e indistintamente en la magna empresa de reconquista y colonización de las tierras del Ebro central, que casi triplicaron los dominios de la monarquía Sancho Ramírez y Pedro I, preparando el avance mediante hábiles maniobras fronterizas; con Alfonso el Batallador se derrumbó el frente de los musulmanes quienes sin embargo aún llegaron a reaccionar en el sector oriental (batalla de Fraga, año 1134).
El fallecimiento del Batallador malogró la fecunda unión monárquica y su hegemonía en las tierras castellanas más próximas. En este periodo se documenta el corónimo “Navarra” para designar la zona por la que el de Pamplona-Aragón había prestado homenaje al de Castilla-León (1087).
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Edad Media en Navarra
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El camino de Santiago y el Románico en Navarra
La intensificación espectacular de las corrientes de peregrinación a Santiago está estrechamente asociada en Navarra con una Etapa de trascendentes mutaciones en todos los órdenes de la vida. Por cuanto se refiere a las formas de expresión artística los orígenes y génesis del Románico se inscriben en el siglo XI con las cabeceras de Leire y Ujué y la ampliación de San Miguel de Excelsis.
En el tránsito de dicho siglo al siguiente funciona con el maestro Esteban una importante escuela arquitectónica-escultórica que, centrada en la desaparecida catedral de Pamplona, sería continuada por el anónimo autor del claustro (concluido antes del 1140). En su fase de desarrollo el Románico se vertebra sobre las dos rutas del Camino francés que se unen en Puente la Reina. Por el número y la calidad de las obras, constituye Estella un núcleo de especial relieve. Hay, por otra parte, un florecimiento constructivo paralelo en ciertas áreas rurales, manifestándose la mayor densidad de monumentos en la zona media de Navarra.
En apretada síntesis de carácter estructural, cabe registrar un grupo de iglesias con cripta (Leire, San Pedro de Gallipienzo, San Martín de Unx y Orisoan), otras con pórtico lateral (Eusa, Larraya, Gazólaz, Larumbe, etc.), varias de tres naves (San Pedro de Aibar, Musquilda en Ochagavía, San Miguel en Izaga, Santa María de Sangüesa, etc.), dos plantas octogonales (Eunate, Torres del Río). El palacio de los reyes en Estella es una muestra notable de arquitectura civil.
Los ejemplos más interesantes de la escultura no siempre corresponden a monumentos señeros. Por la difusión de su obra debe mencionarse el taller implantado en el templo y el claustro catedralicios de Pamplona, y los grupos vinculados a la vía compostelana. Por cuanto supone de influencia de distintos maestros, ofrece interés excepcional el programa escultórico de Santa María de Sangüesa.
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Edad Media en Navarra
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Instituciones eclesiásticas altomedievales (siglos IX-XII)
A partir de los centros de vida regular que menciona San Eulogio a mediados del siglo IX (Leire, Igal, Urdaspal) y cuyo florecimiento responde probablemente a un estímulo franco-carolingio, proliferan luego en las cuencas medias los pequeños monasterios, bastantes quizá de fundación y propiedad de la dinastía regía y los magnates; a este proceso pudo contribuir la irradiación del “reino de Nájera”, con una tradición monástica de cuño hispánico, mozárabe.
Desde Sancho el Mayor y durante todo el siglo XI, los soberanos protegen y favorecen de modo especial a San Salvador de Leire y Santa María de Irache, que llegan así a absorber buena parte de los primitivos cenobios del país y desarrollan señoríos relativamente considerables. Esta política incluye a la sede episcopal de Pamplona cuya catedral extiende también su dominio temporal sobre todo desde la reorganización eclesiástica general que en el último tercio de aquella centuria afecta intensamente a Navarra.
Desde mediados del siguiente siglo se alzan en la mitad meridional del reino importantes abadías cistercienses de La Oliva, Iranzu y Fitero. Introducidas ya bajo Alfonso el Batallador, las Órdenes Militares (Templarios y Hospitalarios) son favorecidas también por los posteriores monarcas navarros y sus súbditos y extienden ampliamente sus posesiones y encomiendas.
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Edad Media en Navarra
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Repoblaciones y Fueros Navarros. Despertar de la vida urbana
Los avances de la reconquista determinaron un largo proceso colonizador que para el reino de Pamplona tiene precedentes en los componentes humanos de filiación vascónica del “reino de Nájera” ganado por Sancho Garcés I. El flujo migratorio interior desde los reductos del Pirineo occidental –saturados demográficamente- no debió interrumpirse ya hasta las intensas repoblaciones de las riberas del Ebro en el siglo XII.
Por otra parte, en la gran época de expansión de la sociedad europeo-occidental, las ideas de cruzada y peregrinación y sus secuelas materiales encauzaron hacia Navarra grupos oriundos sobre todo del Mediodía francés. En el tránsito del siglo XII al siglo XIII van surgiendo así sobre las rutas de Compostela diferentes núcleos (“burgos”) de población “francígena”, francos amparados inmediatamente por el monarca, que les concede libertades y un estatuto (“fuero”) apto para el desarrollo de sus actividades mercantiles y artesanas (Estella, Sangüesa, Puente la Reina, Pamplona); el modelo jurídico aplicado a estos casos fue el concedido poco antes a Jaca (1076).
Para la reorganización de las tierras ganadas en la Ribera se partió del fuero de Tudela, con gérmenes también del derecho pirenaico difundido hasta el Ebro central por tierras aragonesas. Más adelante Sancho el Sabio trató de afirmar su soberanía en las áreas de posible conflicto con Castilla brindando incentivos para la implantación de la vida urbana en determinados puntos (Laguardia, Vitoria, San Sebastián), y un procedimiento semejante aplicó Sancho el Fuerte en su encogida frontera occidental (Viana). Los proyectos de potenciación de núcleos ciudadanos se frustraron sin duda en bastantes lugares como consecuencia en parte de la debilitación del flujo migratorio, pero es claro que con ciertas concesiones de fueros (La Novenera, por ejemplo) solamente se pretendía la reordenación fiscal de comunidades rurales inscritas en los dominios de la Corona.
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La restauración del Reino (1134-1194)
Fallecido Alfonso el Batallador, el reino de Pamplona se separa de Aragón y eleva como monarca propio a García Ramírez, señor de Tudela, segregada así del “reino de Zaragoza”. La habilidad política del nuevo soberano y de su hijo Sancho el Sabio (quien hacia 1160 mudó su título oficial de “rey de Pamplona” por el de “rey de los Navarros” o de Navarra) salvo a la monarquía bloqueada entre vecinos más poderosos dispuestos a desplazarla.
Si se perdió definitivamente el “reino de Nájera”, pudo retenerse de momento el área vascongada; comenzó, por otra parte, la penetración Navarra en Ultrapuertos.
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Edad Media en Navarra
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Sancho el Fuerte (1194-1234)
Integradas Álava y Guipúzcoa en la Corona de Castilla (1200) Sancho el Fuerte continuó la política tributaria de su antecesor con vistas sin duda a incrementar sus recursos pecuniarios ordinarios y asegurar mejor con ellos sus vulnerables fronteras. Estimulado probablemente por su positiva participación en Las Navas de Tolosa (1212), soñó establecer un frente de contacto directo con el Islam, del que Navarra había quedado tan alejada. Aprovechando la minoridad del monarca aragonés Jaime el Conquistador y gracias a oportunas inversiones monetarias, fue adquiriendo un línea de fortalezas que enlazaban su reino con el Maestrazgo y con las montañas de Albarracín, donde los Azagra, magnates de pura estirpe navarra, se habían forjado un señorío autónomo.
De esta suerte pudo organizar una expedición o “cruzada” propia hacia el sector levantino próximo (1219-1220), que debió reportarle beneficios. Con todo, ni su salud ni la revigorización interna de la Corona de Aragón le permitieron desarrollar más su magno proyecto, con el que además cabe asociar su pacto de prohijamiento mutuo con Jaime I (1231), cuya efectividad hubiese conducido nuevamente a la reunión de ambas monarquías. Vinculaciones de orden vasallático facilitaron en este tiempo cierto ensanchamiento de los intereses navarros en Ultrapuertos.
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Edad Media en Navarra
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Pamplona Medieval
La planta medieval de Pamplona revela claramente el desarrollo de la vida urbana desde finales del siglo XI, como se pone de manifiesto también en Estella, Sangüesa, Tudela y otros centros menores. Extramuros de la diminuta ciudad episcopal, presidida por la catedral, poblada por campesinos (“navarros”) y protegida por las antiguas murallas, fueron surgiendo nuevos núcleos de inmigrantes “francos”; al filo del año 1100 el burgo de San Cernin y, muy pronto, la población de San Nicolás, la cual conserva su típica estructura de “bastida” medieval. Antes de acabar el siglo se había potenciado también –desde los puntos de vista demográfico y jurídico- la primitiva Pamplona o Iruña, llamada entonces Navarrería, que con su pequeño anejo del burgo de San Miguel, sería arrasada totalmente por el ejército francés en 1276, como consecuencia de la crisis planteada en el reino por la minoridad de Juana I.
Tras la dejación definitiva por el obispo de su dominio temporal sobre todo el conjunto urbano (1319) y la inmediata reconstrucción y restauración de la Navarrería, siguieron todavía durante un siglo las rivalidades entre los tres municipios yuxtapuestos, convertidos finalmente en uno solo por el famoso privilegio de Carlos III el Noble (1423).
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Edad Media en Navarra
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Navarra y Francia (1234-1404)
Las vicisitudes familiares de la dinastía entregaron el trono navarro a los condes de Champaña y luego a los reyes de Francia. Mas, ante los monarcas extranjeros el “reino” cerró filas en una especie de unión sagrada que condujo a un reforzamiento de la conciencia solidaria de los destinos del país, junto con la cristalización de un derecho público y unas instituciones privativas.
De este modo se hizo posible la reintegración de una dinastía (Evreux) que tras diversas alternativas acabó centrando su interés en Navarra y haciéndose navarra.
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Edad Media en Navarra
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El Gótico en Navarra
Constituye un periodo de extraordinario esplendor. Las dinastías francesas reinantes acentúan desde 1234 las relaciones de Navarra con el país vecino. La corte, donde imperan los gustos y modas franceses, impulsa la difusión del nuevo estilo, francés por excelencia. En el protogótico se alzan los tres grandes monasterios cistercienses de Fitero (1141-1158), La Oliva (1164-1198) e Iranzu (1174), y bajo la influencia del Císter se concluyen dos importantes templos iniciados con cabecera románica: la colegiata de Tudela y el monasterio de Irache. Otros monumentos clave del Románico reconstruyen o amplían sus fábricas en estilo gótico:
Así ocurre (siglos XIII-XIV) con San Pedro de la Rúa y San Miguel de Estella, Santa María de Sangüesa, San Pedro de Olite, Leire y Ujué (ampliaciones estas dos del siglo XIV), y probablemente San Nicolás de Pamplona. El grupo de templos totalmente góticos se abre brillantemente con la colegiata de Roncesvalles consagrada en 1219, “la iglesia más puramente francesa de la península” (Torres Balbás), seguida tempranamente por otras como Santiago de Sangüesa, el Santo Sepulcro de Estella, Santa Maria la Real de Olite, el Cerco de Artajona o San Cernin de Pamplona, que nos llevan al límite del 1300.
No obstante, el grueso del Gótico navarro corresponde al siglo XIV, con obras antológicas del Gótico peninsular y aun europeo, como el claustro catedralicio de Pamplona y el conjunto monumental de Olite, sin olvidar San Pedro y Santa Maria de Viana (comenzada en el siglo anterior) y las hermosas iglesias de Laguardia. Durante la misma centuria se construyeron en estilo gótico muchas iglesias rurales, en mayor número que las del siglo XV, en el cual se sitúa la catedral de Pamplona.
Resultando imposible cartografiar la abundante imaginería gótica (Crucificados, Vírgenes, Santos) ni los retablos pintados que conserva Navarra, se refleja en cambio la escultura monumental (portadas, claustros, sepulcros) y los puntos de origen de la pintura mural gótica (hoy en el Museo de Navarra). Las iglesias gótico-renacentistas del siglo XVI se incluyen en el Renacimiento.
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Edad Media en Navarra
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La Iglesia Navarra Bajomedieval. Órdenes mendicantes
Desde la primera mitad del siglo XIII fueron los frailes mendicantes instalando sus conventos y difundiendo su espiritualidad en los contados núcleos urbanos del país.
Las demarcaciones diocesanas muestran interesantes reminiscencias históricas, como la adscripción del Baztán a la sede de Bayona, Valdonsella a Pamplona y Tudela a Tarazona. Sólo en los siglos modernos se adecuará paulatinamente la geografía eclesiástica a la político administrativa.
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Edad Media en Navarra
Población
Siglo XIV
 
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La población de Navarra en la Edad Media (siglo XIV). Judíos y moros en Navarra
Navarra atraviesa en la época contemplada una larga fase de regresión demográfica, incoada quizá a finales del siglo XIII y acelerada por la peste de 1348 y sus secuelas. El aumento de lugares desolados, que continúa hasta el siglo XV, sugiere una recuperación muy lenta, afectada por las discordias internas de esa centuria.
Sobre unos 12.000 Km2 viven algo más de 18.000 familias, distribuidas entre casi un millar de entidades, en las cuales se acusa un notable declive de muchas antiguas “villas” de las cuencas prepirenaicas. Los núcleos urbanos que se reducen a Pamplona, Tudela, Estella, Laguardia, Sangüesa y Olite sufren una crisis especialmente aguda.
La población ciudadana supone un 25%, porcentaje que resultaría mucho menor atendiendo estrictamente a las actividades económicas; y emerge sobre ella un selecto patriciado enriquecido por la banca y el comercio. Hay un predominio absoluto de la vida rural, pues al 45% que suma la gente de condición “villana” (los “mezquinos” del siglo XI, los “collazos” y “solariegos” del XII y XIII, denominados finalmente “labradores”), debe añadirse buena parte del 15% correspondiente a la masa de “hidalgos”, asimilables económicamente a los “villanos”, con quienes tienden a difuminarse también las barreras sociales. Aun sin contar los efectivos de conventos y monasterios, los clérigos sobrepasan la cifra de 1.800.
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Edad Media en Navarra
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La población de Navarra en la Edad Media (siglo XIV).
Judíos y moros en Navarra
Es posible que antes de acabar el siglo XIV se iniciase la corriente migratoria de gentes de Ultrapuertos hacia la mitad septentrional del reino. Los moros se concentran en la fértil Ribera tudelana, pero propenden a desplazarse Ebro abajo, buscando tal vez mejores condiciones de vida. La población judía se distribuye sobre todo en los núcleos urbanos; no obstante a pesar de la matanza de Estella (1328), la convivencia no parece ofrecer especiales dificultades e invita quizá a la inmigración, pero el flujo incesante de las conversiones aboca a largo plazo a la extinción de esta minoría.
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Edad Media en Navarra
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Economía de la Navarra Medieval
Supuesta la primacía absoluta de una economía rural suficiente para el abastecimiento de los mínimos núcleos urbanos, que dispensan a su vez los productos artesanos necesarios, basta subrayar el mayor alcance del comercio con Castilla (Burgos), de base principalmente textil, la introducción regular de aceite e especias desde Aragón, el tráfico heterogéneo y a corta distancia con Ultrapuertos y Bearne, y las expediciones de hierro y cáñamo a la costa cantábrica, de donde llega pescado fresco y seco, reexportado en parte a tierras aragonesas, capítulo aparte, la provisión de objetos de lujo para la corte.
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Edad Media en Navarra
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Las circunscripciones administrativas. Las Merindades. Las “Buenas Villas”
La administración territorial, basada hasta entonces en la primitiva “tenencia”, evoluciona a finales del siglo XII con aparición de “alcaldes de mercado” con sede en ciertas cabeceras de comarca; desde mediados de la siguiente centuria y en relación con las novedades aportadas por la dinastía de Champaña, se perfila la institución del “merino”como agente del monarca en los nuevos distritos o “merindades”, cuyos límites y número adquieren fijeza a partir de 1407.
Para los oficiales locales perduró en Navarra una variada y antigua terminología: “almirantes” en la Montaña, “prebostes” en la Zona Media, “justicias” en la Ribera. Los núcleos de población “franca” asumieron desde un principio la representación del “estado” o brazo popular; el número de estas “buenas villas” o “universidades” que podían enviar procuradores a las sesiones de las Cortes, fue aumentando hasta 38 por concesión de monarcas.
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Edad Media en Navarra
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Agramonteses y Beaumonteses. Guerras civiles (1450-1461)
El reinado de Juan II convirtió nuevamente a Navarra en simple pieza de un juego donde se ventilaban los intereses de las grandes potencias circundantes.
La tenaz negación de los derechos del heredero Carlos, príncipe de Viana, condujo al estallido violento de las rivalidades nobiliarias (de los Gramont y los Luxa, de los Navarra-Peralta y los Beaumont) en una enconada lucha de facciones que conmovió a todo el país, provocó ingerencias extrañas, comportó la pérdida para siempre de las tierras de Laguardia, y dejó para varias generaciones una triste herencia de odios y resentimientos.
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Sucesión dinástica de los Reyes de Navarra
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Edad Moderna en Navarra
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Incorporación de Navarra a la Corona de Castilla
Comprometida por sus señoríos franceses, la nueva dinastía de Foix-Albret no pudo evitar que Navarra –desgarrada todavía por los partidismos nobiliarios- fuera víctima del gran duelo entablado a comienzos del siglo XVI por la hegemonía de Europa.
Los ejércitos de Fernando el Católico ocuparon el país (1512) que, incorporado a la Corona de Castilla (Cortes de Burgos, año 1515), logró sin embargo salvaguardar su personalidad como reino, sus instituciones y una completa autonomía interna, resultando infructuosos los conatos de restauración (1516, 1521) apoyados por Francia.
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Edad Moderna en Navarra
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Los reyes de la Baja Navarra y sus dominios (1515-1589)
La obligada evacuación por Carlos V de  las tierras de Ultrapuertos permitió a los descendientes de la casa de Foix-Albret llamarse y sentirse reyes de Navarra, la “Baja Navarra”, al tiempo que participaban intensamente en la política interior francesa y ampliaban sus señoríos familiares.
Desde que Enrique el Bearnés ascendió al trono de Francia (1589), los soberanos franceses siguieron jurando los fueros navarros, mantuvieron en Pau un tribunal de apelación o Parlamento de Navarra y lucieron siempre el título de reyes de Francia y de Navarra hasta la revolución de 1789.
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Edad Moderna en Navarra
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Brujos y Agotes en Navarra
En la sociedad navarra bajomedieval y moderna coexistieron dos grupos marginados de distinto origen y carácter. Quizá con antecedentes en los apestados de época anterior y con la denominación de “gafos”, “cristianos (de San Lázaro)” y “mesiellos”, los agotes (término documentado desde mediados del siglo XV) constituyeron durante varias centurias una minoría menospreciada y con frecuencia oprimida; diseminados por diversos lugares de la geografía navarra, se fueron diluyendo poco a poco hasta las postreras reminiscencias del siglo XIX en bozate (Arizcun, valle del Baztán).
También para los últimos siglos medievales existe información de actuaciones represivas contra la brujería, cuyos focos más notables se centran en la Montaña, manifestándose con especial intensidad en el siglo XVI hasta el famoso auto de fe de Logroño (1610), excepcionalidad sin duda, pues los juicios solían ventilarse ante los tribunales privativos del reino.
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Edad Moderna en Navarra
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Economía Navarra en la Edad Moderna
Navarra sigue siendo entre los siglos XVI y XVIII un país esencialmente agrícola, ganadero y forestal, con una industria artesana.
Las ferrerías norteñas trabajaban sobre todo con mineral guipuzcoano y vizcaíno. Los buenos caminos favorecían el tráfico interior entre la Ribera y la Montaña, con productos complementarios; la situación geográfica del reino permitía un activo comercio de tránsito, controlado fiscalmente en las “tablas”.
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Edad Moderna en Navarra
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El Renacimiento
Este periodo representa una nueva  edad de oro del arte navarro, como se refleja en las numerosísimas obras de arquitectura, escultura y pintura del siglo XVI. La mayor parte de las iglesias navarras se construyen o amplían entonces en estilo gótico-renacentista, conocido también con la denominación de “Reyes Católicos”. El tipo más frecuente de Iglesia tiene una sola nave con capillas entre los contrafuertes, cabecera poligonal cubierta con bóveda de formas complicadas, coro a los pies del templo. Un buen ejemplo lo ofrece Santiago de Puente la Reina.
Son excepcionales San Juan Bautista de Cintruénigo y la Asunción de Cascante, de tres naves con apoyos circulares. El Plateresco aparece en fachadas de palacios (Casa del Déan de Tudela o de Fray Diego de Estella), portadas de Iglesia (Viana, Los Arcos, Cáseda, Aibar, Pamplona), claustros (Irache y Fitero) y la torre de Los Arcos.
Navarra posee numerosos retablos de escultura renacentista, algunos de gran calidad y tamaño. Aunque no faltan los de estilo plateresco (Isaba o Unzu), son más abundantes los romanistas que siguen el estilo miguelangelesco de Juan de Anchieta (Tafalla, Aoiz, Cáseda); pocos, pero importantes, vacilan entre el plateresco y romanismo (San Juan de Estella, Valtierra y Ochagavía).
La pintura es tabla queda reflejada en una serie de retablos y, como excepción, cabe citar las pinturas murales de Oriz (hoy en el Museo de Navarra).
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Edad Moderna en Navarra
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El Barroco
Esta etapa supone una inflexión de la actividad artística en el siglo XVII y una recuperación en el siguiente, ligada a la prosperidad económica de esta “Hora Navarra”.
Durante aquella centuria el primer barroco se va implantando a través de las nuevas fundaciones de las órdenes religiosas: Pamplona, Tafalla, Corella, Tudela, Viana, Villafranca son los principales centros. Sin embargo, es casi nula la construcción de iglesias parroquiales que, en cambio, se enriquecen con capillas de torres y pórticos barrocos; su gran número dificulta la localización.
El santuario de San Gregorio Ostiense constituye una excepción en este panorama. Cobra gran impulso la arquitectura civil; casi ningún pueblo navarro deja de tener un ayuntamiento, un palacio o una casa señorial barrocos. Abundan también los retablos, desde el estilo prechuguirreresco al rococó. Son especialmente ricas las ciudades de Corella y Tudela.
La pintura barroca no se da prácticamente en Navarra a donde se importan lienzos de escuela madrileña; pintores locales como Vicente Verdussán o el cascantino Diego Díaz del Valle son la excepción que confirma la regla.
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Transición de la Edad Moderna a la Edad Contemporánea en Navarra
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Guerra de la Independencia. Acciones y partidas de guerrilleros
A pocos años de la guerra de la Convención (1793-1795), el país volvió a padecer durante más de un lustro (II-1808 a X-1813) la ocupación militar francesa, agravada por el gobernador Reille (VII-1810) con una política de terror, represalias, fusilamientos y deportaciones.
Desde el primer momento se fue organizando y ampliando la resistencia interior, animada por ilustres guerrilleros cuya audacia sostuvo la fe en la independencia patria y cooperó a la liberación. Entre ellos cabe citar a Javier Mina, Francisco Espoz y Mina, Gregorio Cruchaga, Joaquín de Pablo “Chapalangarra”, Felix Sarasa “Cholín”.
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VIRREYES DE NAVARRA
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Transición de la Edad Moderna a la Edad Contemporánea en Navarra
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Desarrollo de las vías de comunicación
Iniciada hacia 1750 por el Virrey conde de Gages la transformación de los viejos caminos reales, Carlos III encomendó (1783) la construcción de carreteras a la Diputación del Reino, la cual pudo contar para su conservación con el producto de los portazgos o cadenas, establecidos desde 1790.
Tras la inclusión de Navarra en la red ferroviaria general (1865), estuvieron luego en boga las líneas de vía estrecha y corto trayecto, hoy desaparecidas.
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Edad Contemporánea en Navarra
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Guerras Carlistas
El alzamiento para la primera guerra (1833-1840) tuvo en Navarra gran importancia desde el primer momento. Al conflicto sucesorio se añadía aquí el problema de la integridad de los fueros y del régimen tradicional del reino.
La muerte de Tomás de Zumalacárregui (24-VII-1833), que con un auténtico ejército regular había tenido en jaque a los mejores generales isabelinos en Navarra y Vascongadas, hizo cambiar el signo de la contienda hasta llegar a las desavenencias carlistas, el fusilamiento por Maroto del general Guergué y sus colegas navarros, el convenio de Vergara (31-VIII-1839) y, finalmente, el internamiento de Carlos (V) en Francia por Dancharinea (14-IX-1839).
El gobierno liberal, dueño siempre de Pamplona, había desmantelado las instituciones privativas, pero con la Ley Paccionada de arreglo de fueros (16-VIII-1841) Navarra consiguió salvar una parcela estimable de su autonomía, encarnada ahora por la Diputación Foral.


Edad Contemporánea en Navarra
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Guerras Carlistas
Centrada en Cataluña la llamada segunda guerra carlista halló leve eco en Navarra (VII-1848)
Aunque la primera sublevación para la tercera guerra fracasó en Oroquieta (IV-1872), Nicolás Ollo supo reunir pronto un ejército de 10.000 hombres, Carlos (VII) pudo entrar así en Navarra (16-VII-1873) y la lucha se inclinó decididamente a su favor.
No acertó, sin embargo, a sacar partido de los éxitos alcanzados sobre fuerzas superiores en número (Montejurra, 7/9-XI-1873; Abárzuza, 15/27-VI-1874; Lácar, 3-II-1875) y el pretendiente se vio obligado a repasar la frontera por el puente de Arnegui )28-II-1876).


Diputación foral de Navarra. Componentes y fechas (1840-1891)
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Diputación foral de Navarra. Componentes y fechas (1892-1976)
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